Entre mi ropa encontré un cabello tuyo. Mi blusa de flores todavía olía a ti esta mañana, y el abrigo que dejaste aquí también tenía tu perfume. Lo dejaste con la intención de que me acordara de ti, pero está bien. Las cosas que dejaste en el buró no las moví, por si acaso regresas. Salí de viaje después de tomar un baño de burbujas, sin un destino premeditado. Llegué a la estación de tren y simplemente trepé y pasé entre la gente hasta encontrar un lugar entre las sillas desde donde pudiera ver bien para afuera.
El clima está lindo en esta época del año. Definitivamente es la mejor. Tiene la mejor ropa, la mejor comida, las mejores bebidas, y los mejores hombres. En fin, leí el libro que me recomendó mi amiga sin mucho interés, ya sabes cuánto me marea leer cuando estoy en movimiento. Me puse a pensar mejor en aquella vez que te conocí. Me extendiste la mano, tan propio como un catrín. Me causó gracia pero te seguí la corriente, lanzando una broma para romper el hielo. En el transcurso de esa noche supe que no eras alguien común, y en sólo un instante vi lo que tanto había esperado. Fue uno de esos momentos que no se olvidan con el tiempo, porque tanto las memorias como las palabras son eternas.
A eso de las seis de la tarde salí de un restaurante al que paré por un bocadillo; el cual se convirtió en una comida bastante grande, con un postre del tamaño del mundo. Regresé a casa un tanto ebria, para encontrarme contigo acostado en el sillón, vencido por el sueño. Tendí una manta sobre tu cuerpo, para que no te agobiara el frío.
Y ahora aquí estoy, a las 2 de la mañana pensando en qué te voy a decir mañana, cuando veas que no hay más café en la alacena y mis maletas están en la puerta. Me voy, sin rumbo de nuevo pero con ganas de irme para siempre.
Sunday, September 26, 2010
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